by Andrea Tornielli
En la agenda del Sínodo de la Iglesia caldea que
 fue convocado en Roma para elegir al nuevo Patriarca, el día de hoy 
estuvo dedicado al debate entre los obispos sobre la condición y los 
problemas que viven las comunidades caldeas en el territorio patriarcal y
 en la diáspora. Para ser elegido, el nuevo Patriarca tendrá que obtener
 dos terceras partes de los quince votos disponibles. Pero el episcopado
 caldeo se presenta dividido. No pasaron desapercibidos los golpes que 
ha sufrido, después de la operación “Iraqi Freedom”, la comunidad 
católica autóctona, que hasta entonces era una de las más tenaces y 
arraigadas en todo el Medio Oriente. Pero en la partida para la elección
 del nuevo Patriarca se enfrentan diferentes perspectivas sobre cómo 
afrontar la emergencia y garantizar la continuidad para la  Iglesia 
católica “sui iuris”.
 En el escenario iraquí, que ha pasado una 
durísima prueba debido a las reivindicaciones étnico-religiosas, durante
 los últimos años ha ido ganando terreno la opción identitaria, incluso 
dentro de la comunidad caldea. Si bajo el régimen baathista los líderes 
caldeos teorizaban la asimilación cultural y política de los cristianos 
al “milieu” árabe, en la compleja situación tras la guerra algunos de 
ellos se propusieron como líderes de una minoría étnico-nacional en 
lucha para salvar los propios derechos sociales, políticos y culturales.
 El ambiente favorable para esta nueva sensibilidad identitaria fue la 
diáspora caldea que se formó en los Estados Unidos, con su galaxia de 
círculos, movimientos y representaciones políticas.
 A nivel eclesial, los alfiles del 
redescubrimiento de su identidad étnica, y de los rituales y litúrgicas 
relacionados, son dos obispos caldeos que viven el los Estados Unidos: 
Ibrahim Ibrahim, de 75 años y que vive en Southfield (Michigan), y 
Sahrad Jammo, de 71 años y que vive en San Diego (California). Sobre 
todo el primero de ellos, a pesar de la edad (a los 75 años los obispos 
deberían renunciar al propio gobierno episcopal), es considerado como 
uno de los “papables” en el Sínodo electoral de estos días. Nació en 
Telkaif –tal y como el anterior Patriarca Emanuel III Delly y otros dos 
obispos electores– y antes de viajar a Roma concedió una entrevista al 
“The Michigan Catholic”, * órganos de la diócesis de Detroit, en la que 
exaltó la progresión exponencial que ha vivido en los últimos años la 
diáspora caldea hacia los Estados Unidos (pasó de 20 mil fieles hace 30 
años a los alrededor de 220 mil de hoy).
 La elección como Patriarca de un obispo que 
radica en el Occidente confirmaría la imagende una Iglesia caldea “a la 
estadounidense”, que pierde terreno en los territorios tradicionales (en
 donde los fieles, según los últimos datos serían solo pocos cientos de 
miles) y entrega a las sensibilidades identitarias americanas la 
conservación de las propias peculiaridades litúrgicas, teológicas y 
culturales. No han faltado conjeturas sobre una posible “mudanza” hacia 
los Estados Unidos del patriarcado caldeo, algo parecido a lo que ya 
pasó con la  Iglesia asiria de Oriente, cuyo partiarca se mudó a los 
Estados Unidos durante los años treinta del siglo XX, después de las 
maracres en contra de los asirios que se verificaron en territorio 
iraquí.
 A esta posibilidad identitaria y delocalizada 
que prevalece en los ambientes de la diáspora se oponen algunos obispos 
que se ocupan de las diócesis del Kurdistán iraquí y de otras regiones 
del Medio Oriente. Cinco de ellos (incluidos Rabban Al-Quas, Louis Sako y
 Mikha Pola Maqdassi, que se encuentran en el Sínodo de Roma) 
boicotearon en junio de 2007 una asamblea sinodal para marcar su 
oposición a la línea del patriarca Delly y denunciar la «condición 
enfermiza» y el estado de abandono pastoral en el que, según su opinión,
 vivían las comunidades caldeas. Entre otras cosas, los cinco obispos 
del norte de Irak rechazaban los constantes proyectos para crear un área
 de autonomía administrativa de “protección” para los cristianos asirios
 y caldeos, que se habrían debido transferir a la llanura de Nínive, al 
norte de Mosul.
 Hace poco, el arzobispo de Kirkuk, Louis Sako, 
denunció en un llamado que retomó la agencia Fides la «trampa del 
nacionalismo» que amenaza a las antiguas Iglesias orientales de origen 
apostólico, sobre todo cuando se encuentran debilitadas por las 
hemorragias migratorias hacia los países occidentales. El obispo sirio 
de Aleppo, Antoine Audo SJ, sigue siendo un punto de referencia para los
 obispos que menos se preocupan de la sensibilidad eclesial, que según 
ellos, ha caracterizado a la  Iglesia caldea de los últimos años. Los 
detractores del jesuita indican que tiene muy poca familiaridad con la 
lengua caldea que se usa en las liturgias tradicionales. Aunque parece 
que se han ido evaporando las antiguas (e infundadas) acusaciones sobre 
una supuesta simpatía por el régimen baathista de los Assad.