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26 novembre 2010

Cardenal Sandri: los cristianos de oriente deben poder quedarse en su tierra sin discriminaciones y violencia

By Radiovaticana.org

¿Por qué no se levanta constantemente la voz de quien tiene responsabilidad, junto a la de los hombres y mujeres de buena voluntad en una defensa real de la libertad religiosa y de conciencia?
Este cuestionamiento fue pronunciado, esta tarde, en la basílica vaticana por el cardenal Leonardo Sandri, prefecto de la Congregación para las Iglesias Orientales, en su homilía durante la celebración eucarística en sufragio por los sacerdotes y fieles víctimas del atentado del pasado 31 de octubre en la catedral de Bagdad, Irak
En la misa celebrada por iniciativa de la iglesia Siro-Católica de Roma, a la que también asistieron miembros del Cuerpo Diplomático acreditado ante la Santa Sede, el cardenal Sandri recordó que la vida de los discípulos de Cristo se desarrolla en un perenne rendir gracias a Dios que encuentra en la Eucarística su ápice.

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Este “gracias” se hace más intenso en el momento de la prueba y, mientras alimenta la esperanza y el abandono en Dios, hace crecer la unidad entre nosotros, haciendo nuestras voces más convincentes en el pedir también a los hombres verdad, justicia y paz. El pensamiento, el corazón y la oración se dirigen a Irak y a todas las otras partes del mundo donde en fidelidad al bautismo, aún en nuestros días, se responde con sangre a Aquel que nos ha amado hasta la Cruz.
El purpurado vaticano recordó en su homilía a Santa Catalina de Alejandría, mártir muy venerada por las Iglesias de Oriente, cuya memoria celebramos hoy, y evocó las palabras del Papa León Magno quien al hablar de los mártires decía: “Preciosa a los ojos del Señor es la muerte de sus fieles y ningún tipo de crueldad puede destruir una religión que se funda en el misterio de la cruz de cristo. La iglesia de hecho no disminuye con las persecuciones, es más, crece y así el campo del Señor se enriquece de una mies cada vez más abundante.

RealAudio MP3 En aquella Santa Eucarística, en la catedral siro-católica de Bagdad, ‘ellos han lavado sus vestiduras en la sangre del Cordero’(Ap 7,14) y pasaron a través de la ‘gran tribulación’ de una muerte cruenta, permaneciendo sólidos en la confesión del nombre de Cristo Dios. Antes y después de ese dramático evento, otros inocentes han sido golpeados en Irak contra toda justicia. Si después la mirada se abre al mundo estamos obligados a preguntarnos: ¿cuánto dolor por las propias convicciones tendrán que soportar personas de cualquier edad y condición, de cualquier religión y cultura, dignas en cambio del respeto debido indistintamente a cada hombre y a cada mujer? Nos preguntamos: ¿por qué no se levanta constantemente la voz de quien tiene responsabilidad, junto a la de los hombre y mujeres de buena volunta en una defensa real de la libertad religiosa y de conciencia?
En este contexto, el cardenal Sandri invitó a unirse con el corazón pleno de gratitud, a la oración que el Santo Padre Benedicto XVI, en el Ángelus del primero de noviembre, aseguró por las victimas de esta absurda violencia, tanto más feroz en cuanto golpeó a personas inermes, recogidas en la casa de Dios, que es casa de amor y de reconciliación.

El prefecto de la Congregación para las Iglesias Orientales agradeció en especial al presencia de su beatitud Youssef III Younan, Patriarca de Antioquia de los Sirios, a los familiares de las víctimas que son atendidas en el policlínico Gemelli de Roma, y también a los embajadores presentes a quienes exhortó a obrar, particularmente ante sus respectivos gobiernos, para favorecer la serena convivencia de las personas y las comunidades, en el respeto de sus derechos, apoyando cada intento para devolver a Oriente Medio su rostro multireligioso y multicultural, civil y solidarios.

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Los cristianos deben poder quedarse donde han nacido para ofrecer personalmente, a través de las obras de la Iglesia, sin discriminaciones, su contribución de caridad en el plano educativo y cultural, asistencial y social. Ellos desean participar en el progreso de su amado país en generosa apertura hacia los musulmanes y hacia todos sus connacionales.
Al concluir su homilía, cardenal Sandri evocó nuevamente a las víctimas de ese domingo 31 de octubre que reunidos en la casa del Señor para la Divina Liturgia “del todo ignaros de estar en la noche de la vida” e invitó a los presentes a no olvidarlos y pedir al Señor Jesús que venga a enjugar cada una de nuestras lágrimas, porque sólo él es el Príncipe de la Paz.